Hay quienes aseguran que casi todo el mundo es gilipollas por definición, y encima le hacen sentir a uno como un imbécil, no tanto porque uno piense lo contrario y sienta que tratan de convencerle de algo, sino porque siente cuestionados sus actos tras escuchar como tratan de prevenirle de algún mal. Debido a que uno cree en su autosuficiencia para pensar, actuar y finalmente saber que ha acertado, darse cuenta de que la ha cagado o ser consciente de que se ignoran las repercusiones reales de lo que se hace, no habrá comentario que consiga que se vea cuestionada la capacidad propia de hacer juicios, valorar las situaciones de la vida y al fin y al cabo, tomar decisiones; pero sí puede lograr que uno se sienta incomprendido. Incomprendido, al encontrar, en esas personas, desilusión.
Y si la incomprensión -y ésta lleva en cierto modo a la soledad- es provocada en el caso al que me refiero por estas personas, me atrevo a afirmar que estas personas hacen del mundo un lugar peor, al no darse cuenta de que, a pesar de sus buenas intenciones -que pueden ser valorables- cuando alguien se siente con el derecho de dar su opinión respecto a algo que intente cambiar los esquemas de otra persona con la que no se tiene la empatía suficiente, esa persona pensará que le está infravalorando, al interpretar que le están diciendo a uno que no tiene la capacidad suficiente para manejar su propia vida. Además, una persona que se siente infravalorada por otra, complejos aparte, no puede sentir empatía por la otra persona.
Sin embargo, cuando, partiendo de la naturalidad, sí que existe la empatía necesaria -pues sin naturalidad, la empatía habría que fingirla y convertíría al que la finge en un falso-: un prudente consejo en un buen momento será el que sea capaz de alimentar la ilusión por la vida propia y por trasmitirle tal ilusión a los demás, siendo bastante probable que uno se dé cuenta de que, en realidad, de la gente de alrededor, merezcan la pena más personas de las que parecía tras un primer juicio, comprendiendo que cada persona es diferente y que casi siempre tendrá un motivo para actuar como actúa y que, si no entendemos sus actos, no es que sea gilipollas, será, echándole un poco de humildad, que no sabemos qué es lo que le mueve a actuar de tal manera o que, simplemente no tenemos la empatía suficiente para -tener ganas de- comprenderlo.
En definitiva, vuelvo a llegar a la conclusión de que hay más gilipollas entre los que nos hacen creer que la mayoría de la gente es gilipollas, que los que hay entre la población general. No debemos permitir que la gente con la que no tenemos empatía nos desilusione. Al no sentir como nosotros no podrán aconsejarnos bien, ya que en la mayoría de los cosas, lo más importante de un consejo no es el contenido del mismo, sino que el que lo recibe se sienta escuchado y se sienta libre para tomar sus propias decisiones. Si una persona con la que -ya- no tenemos empatía se cree con el derecho de cuestionarnos -más aún si ni siquiera hemos pedido el consejo-, entonces pensaremos que es un engreído y será, por tanto, para nosotros: un gilipollas.
Y si la incomprensión -y ésta lleva en cierto modo a la soledad- es provocada en el caso al que me refiero por estas personas, me atrevo a afirmar que estas personas hacen del mundo un lugar peor, al no darse cuenta de que, a pesar de sus buenas intenciones -que pueden ser valorables- cuando alguien se siente con el derecho de dar su opinión respecto a algo que intente cambiar los esquemas de otra persona con la que no se tiene la empatía suficiente, esa persona pensará que le está infravalorando, al interpretar que le están diciendo a uno que no tiene la capacidad suficiente para manejar su propia vida. Además, una persona que se siente infravalorada por otra, complejos aparte, no puede sentir empatía por la otra persona.
Sin embargo, cuando, partiendo de la naturalidad, sí que existe la empatía necesaria -pues sin naturalidad, la empatía habría que fingirla y convertíría al que la finge en un falso-: un prudente consejo en un buen momento será el que sea capaz de alimentar la ilusión por la vida propia y por trasmitirle tal ilusión a los demás, siendo bastante probable que uno se dé cuenta de que, en realidad, de la gente de alrededor, merezcan la pena más personas de las que parecía tras un primer juicio, comprendiendo que cada persona es diferente y que casi siempre tendrá un motivo para actuar como actúa y que, si no entendemos sus actos, no es que sea gilipollas, será, echándole un poco de humildad, que no sabemos qué es lo que le mueve a actuar de tal manera o que, simplemente no tenemos la empatía suficiente para -tener ganas de- comprenderlo.
En definitiva, vuelvo a llegar a la conclusión de que hay más gilipollas entre los que nos hacen creer que la mayoría de la gente es gilipollas, que los que hay entre la población general. No debemos permitir que la gente con la que no tenemos empatía nos desilusione. Al no sentir como nosotros no podrán aconsejarnos bien, ya que en la mayoría de los cosas, lo más importante de un consejo no es el contenido del mismo, sino que el que lo recibe se sienta escuchado y se sienta libre para tomar sus propias decisiones. Si una persona con la que -ya- no tenemos empatía se cree con el derecho de cuestionarnos -más aún si ni siquiera hemos pedido el consejo-, entonces pensaremos que es un engreído y será, por tanto, para nosotros: un gilipollas.